QUE
MALO ES PENSAR
El viejo había cogido la
“azadilla” y un cajón de esos de plástico de las naranjas para sentarse e
intentar quitar las mala hiervas de alrededor de las “coliflores y las
brócolis” movió la riera con la azadilla y después con las manos la arrimó al
tronco de la pequeña planta.
Al coger la tierra con sus
manos experimentaba una sensación de paz y tranquilidad. Pensaba que el tacto
con la tierra le trasladaba en el tiempo,
a esos lugares de las grandes ciudades donde la gente no puede experimentar
esas sensaciones de paz y tranquilidad que da el tacto de la tierra. Y qué
decir de esos “personajes y personajas” que
se sientan en el hemiciclo del congreso de los diputados. Era una sensación que
solo en el campo se podía sentir.
Pensaba y se preguntaba que
hacia la gente de izquierdas. Lo primero que le venía a la cabeza, era que es
lo que les movía o no les movía para ser de izquierdas. Hay mucha gente que es
de izquierdas y no lo sabe, y hay otros y otras que de dicen serlo pero no son.
Ante este dilema, y mirando
como crecían las plantas de coliflor, ya que cuando se está manoseando la
tierra a su alrededor se les ve crecer, un privilegio que solo unos afortunados
tienen porque, no están en los parlamentos
ni ayuntamientos ni otras instituciones públicas ni privadas ¡que se
jodan!
El dilema que había dejado
en el aire lo retomó después de darle mil vueltas manoseando la tierra en el
tronco del brócoli. Les diría si los tuviera delante, ¿tú o vosotros a que a
veis venido a la política? Él estaba pensando en todos aquellos que tuvo la
suerte de conocer en la lucha diaria durante toda su vida sin esperar nada a
cambio.
Eran hombres y mujeres que
habían sufrido la pérdida de la republica por unos criminales, que después de
este horrendo ultraje, vendrían los fusilamientos, las torturas las cárceles el
hambre y la falta de libertad, y seguirán luchando al pie del “cañón”
hasta su último aliento, pues bien, los
saco de sus tumbas para recordar su tipo de militancia política, sindical y
vecinal.
Pensaba el abuelo con la
cabeza cacha mirando las plantas, si era justo exigir hoy ese tipo de
militancia. Allí de un rincón de su cerebro, salían voces diciéndole que
aquello paso a la historia, y que hoy la gente que se hace vieja en la política
es por intereses y su bien estar. Que la militancia era pasajera. Que se
acentuaba un poco más cuando se acercaban las elecciones por aquello, de si
estando en el sitio adecuado en el momento oportuno, le toca algún número
agraciado como con la lotería.
El viejo, echaba de menos
que no se hablara en los medios, de las “algaradas” callejeras reivindicando
solución para terminar con la falta de personal sanitario de todas las
especialidades en los hospitales y ambulatorios.
Pensaba que cada uno se
acuerda de Santa Bárbara, solo cuando truena. Pensaba en el divorcio de todos
los sanitarios, y a su vez también el divorcio entre ellos, y los ciudadanos y
ciudadanas a la hora de luchar por una sanidad pública para todos.
Pensaba en los sindicatos
corporativismo, que estaban en su derecho pero no dejaba de ser clasistas y de
ahí ese divorcio. Solo las plantas eran testigos del debate interno que
mantenía el viejo consigo mismo.
Alzó la cabeza y miro hacia
el sur, vio un polígono industrial a pocos kilómetros y pensó cuantos de
aquellos trabajadores que había bajo los tejados de las naves industriales,
conocían el proyecto de la ministra de trabajo para aglutinas a todas las
izquierdas, con el fin de dar la batalla para renovar y mejorar el gobierno de coalición de la
izquierda y desterrar a la extrema derecha de las instituciones democráticas.
Pensaba que para ello hacía
falta un partido organizado, donde cada cual aportaba su buena voluntad y un mínimo
de compromiso para hacer realidad esa idea sin esperar nada a cambio que no
fuera fortalecer el sistema democrático
y ampliar el número de ministros de izquierdas en el nuevo ejecutivo.
Salió de su pensamiento
cuando oyó la voz de su compañera inseparable decir, la comida está en la mesa.
10 de enero de 2022
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